“Mi mamá me decía: ‘¿Cómo es posible que estés ahí? ¡Te van a matar!’, y le respondía: ‘Tengo que estar ahí, porque no dejas a la gente cuando más te necesita’".
Así refleja Víctor González su vocación por ayudar al prójimo, por la cual ha llegado hasta arriesgar su vida, como en algún momento, en una zona de guerra en África.
Actualmente como enlace comunitario del Tec de Monterrey en la Iniciativa Campana-Altamira (zona con colonias rezagadas dentro de la ciudad de Monterrey), ha sido parte de 600 proyectos comunitarios que han impactado a 20 mil habitantes.
Cuando era un niño, Víctor quería hacer el bien y al igual que Superman, su héroe favorito, tratar de salvar al mundo, siendo esto semilla de su vocación.
Ese sentir, heredado de sus padres, considera, fue madurando en su juventud, y años más tarde, en África, en una ocasión, hombres armados lo encañonaron con metralletas por llevar medicinas a enfermos.
Arriesga su vida por ayudar
Por más de una década, Víctor hizo actividad religiosa y de desarrollo social en Korhogo, Costa de Marfil, donde recuerda que encaró varios desafíos, uno de ellos puso en riesgo su existencia.
En esa ocasión, Víctor fue a buscar medicinas para los enfermos de un pueblo. Al llegar a la frontera, un convoy armado lo detuvo y le apuntaron con sus rifles de asalto.
“Me acusaron de que era un espía; las fronteras estaban cerradas por la guerra. Les hablé en senufo (su dialecto) y les dije: ‘Soy misionero, traigo medicinas'. Al final, logré pasar”.
Como misionero católico en África trabajaba en territorio rebelde evangelizando y haciendo ayuda social.
Pese a no haber sentido miedo, dice que su inquietud era que su familia estaba muy preocupada por su seguridad.
“También un hermano me lloraba; acababa de salir la película Lágrimas del Sol, con Bruce Willis, sobre un rescate en Nigeria, y se imaginaba que me pasaba lo mismo”, agrega.
Aunque reconoce que sí hubo misioneros que fueron evacuados en helicóptero ante amenazas, Víctor decidió quedarse para ayudar al pueblo.
Una vocación heredada y a prueba de todo
Él fue el quinto hijo de una familia de 5 hombres y 1 mujer que soñaba con ser "Supermán".
Su papá era comerciante en Nayarit y su mamá, ama de casa; de ellos, heredó la vocación por ayudar a otros.
“(De niño) vi un día que mi mamá ayudó a un indigente, le dio hospedaje en una bodeguita en casa; mi papá, por su trabajo, tenía mucho contacto con las personas y les daba un buen trato.
“Al crecer fui viendo acciones que eran muy excepcionales; de ellos tuve una bonita combinación que me hizo estar al servicio de la gente y tener buen carácter”, dice.
Cuando su familia se mudó a Querétaro, empezó a ir de retiro con un grupo juvenil misionero que visitaba poblados en la sierra durante todo el verano.
“Caminábamos 3 horas hacia los ranchos. Ahí vi mucha pobreza. Tengo un recuerdo muy grabado de una señora haciendo la comida en una olla de barro rota”, agrega.
A partir de ahí, Víctor buscó ser un mediador entre el mundo de las personas con carencias y dificultades, con el de las que tienen lo suficiente para compartir su tiempo y ayudar.
“Caminábamos 3 horas hacia los ranchos. Ahí vi mucha pobreza. Tengo un recuerdo muy grabado de una señora haciendo la comida en una olla de barro rota”.
Regresa a México para encontrarse a sí mismo
En su formación como misionero, Víctor recorrió varios países del mundo. Además de Costa de Marfil, estuvo en Canadá, Inglaterra, Suiza y Francia.
Aprendió sobre filosofía, ética y a hablar otras lenguas como el francés y un poco el inglés, incluso dialectos como el senufo que hablan varias etnias en África.
“Estaba lejos de México y de mi familia, pero no sentía eso como un sacrificio; quería aprender de otras culturas, de la riqueza de sus tradiciones”, dice.
Luego de 10 años como misionero, Víctor pidió un permiso de un año para hacer su búsqueda personal.
“Entré a un círculo vicioso; la pregunta fue: ‘¿Qué estoy haciendo y cómo puedo crecer como persona?’ Quería reorientar mi vocación y hallar un nuevo significado de vida. No me sentía completo.
"Quise trabajar mis temas personales fuera de mi vida misionera. Pensé que volvería en un año… pero no fue así”, platica.
Encuentra en el Tec nuevo propósito, amor y felicidad
Al volver a México en 2006, Víctor se apoyó en uno de sus hermanos que vivía en Monterrey; fue a esa ciudad a buscar oportunidades laborales en temas sociales.
Fue el Tec de Monterrey la institución que le abrió las puertas para colaborar en un programa de apoyo educativo a comunidades.
“México Rural fue el primer proyecto en el que yo entré al Tec. Fue una bendición. A través de ese trabajo pude dedicarme al tema de desarrollo social”, platica.
El programa consistía en dar soporte a comunidades en la región citrícola de Nuevo León a través de programas educativos y talleres durante los fines de semana.
“México Rural fue el primer proyecto en el que yo entré al Tec. Fue una bendición. A través de ese trabajo pude dedicarme al tema de desarrollo social”.
A través de ese puesto, Víctor no solo se enfiló de nuevo al desarrollo de comunidades, sino también, encontró el amor; conoció a su ahora esposa, que en esa época trabajaba en el Tec.
“Ella me regresó la felicidad; nos enamoramos muy rápido. A los 6 meses avisé a los misioneros que no regresaba a África y lo entendieron, terminé muy bien con ellos”.
Actualmente, su esposa está por jubilarse y Víctor tiene el sueño de buscar un proyecto en el que puedan trabajar juntos para trascender como pareja.
“En el Tec me he sentido apoyado; me permitió hacer una carrera y dos maestrías. Ahora doy clases de Ética y, cuando en La Campana digo que soy del Tec siento mucho respaldo”.
"Hoy, sigo con un 'modelo de misionero’, ya no desde la fe, sino desde lo social, de estar con la gente, escucharla, aprender, integrarse y preocuparse de manera auténtica por ella".
Regresa a la guerra…en México
En los 7 años en los que Víctor trabajó como coordinador operativo del programa México Rural también le tocaron desafíos, como la era de inseguridad a partir de 2009.
La región se vio afectada por una ola de violencia generada por una “guerra” entre varios grupos del crimen organizado.
“Me acordaba de la guerra en Costa de Marfil y decía ‘esto es pan comido’; pero era mi esposa quien se preocupaba, sabía lo qué pasaba en las comunidades”.
Víctor platica que se pudo dar continuidad al proyecto, pero se reforzaron las medidas de seguridad por la participación de estudiantes y asesores del Tec.
Pese a los desafíos, el trabajador social siguió con su labor, impactó a cerca de 10 mil personas e incluso, hizo trabajo formativo, al desarrollar talleres de inducción para los estudiantes.
“Sentía que necesitaba más herramientas formales; ahí me di cuenta que mi licenciatura en Teología no era válida en México y dije, voy a estudiar otra vez”, comenta.
Hizo en línea la Licenciatura en Desarrollo Humano, en Tecmilenio; luego, con una beca, una maestría en Ética para la construcción social, con la Universidad de Deusto.
Eventualmente, Víctor estudió una segunda maestría en la UANL sobre Trabajo Social, durante la pandemia de COVID.
“Mi mamá me decía: ‘¿Cómo es posible que estés ahí? ¡Te van a matar!’, y le respondía: ‘Tengo que estar ahí, porque no dejas a la gente cuando más te necesita’.
Deja su huella en polígono Campana-Altamira
En 2014, Víctor tuvo oportunidad de colaborar con la Iniciativa Campana-Altamira que busca, de forma sostenible, mejorar la calidad de vida de habitantes en ese polígono regio.
La iniciativa nació como un esfuerzo en conjunto entre los gobiernos de Nuevo León y de Monterrey, CEMEX y el Tec de Monterrey, donde Víctor es enlace comunitario.
Desde el principio asistió a la zona a realizar trabajo de campo; con un rol operativo, hizo contacto con fundaciones y con empleados del Tec que viven en esa zona.
“Investigué para hallar a personas que hacían acciones positivas, empecé a caminar por el cerro a pesar de la presión por la inseguridad y empujé para trabajar en el CBTis 99” dice.
Hoy Víctor es un conocido de la zona; los vecinos lo saludan y lo ubican por participar en alrededor de 600 proyectos que han beneficiado a sus habitantes.
Como enlace comunitario ha impulsado la red Unidos para Trascender, que lidera el Tec y que reúne a más de 20 asociaciones e iniciativas sociales para detonar proyectos de valor.
También, ha destinado tiempo personal en crear espacios como el club Fénix Verdes donde, por 3 años, estudiantes de secundaria y sus padres participaban en actividades formativas.
“Mi propósito es contribuir en impulsar a las personas y grupos vecinales para que tengan herramientas suficientes para encontrar su propio desarrollo y seguir adelante”.
Ahora, su sueño de niño de tratar de salvar el mundo lo ha convertido en una especie de "Supermán" de la ayuda social dentro de su ámbito de acción.
“Hoy, sigo con un 'modelo de misionero’, ya no desde la fe, sino desde lo social, de estar con la gente, escucharla, aprender, integrarse y preocuparse de manera auténtica por ella”.
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