En tiempos de pandemia esta problemática sigue presente en el mundo, afirma experto del Tec de Monterrey
Por Pablo Ayala | Formación Ética - 11/12/2020

Pablo Ayala | Opinión | Director de Formación Ética y Ciudadana

El nueve de diciembre fue el día mundial contra la corrupción. La fecha no era para conmemorar, sino para concientizarnos y avanzar un poco más en la comprensión de lo qué es, su impacto y formas para contenerla.

Seguimos comprendiéndola porque, como bien apunta Gerald Caiden, la corrupción deviene en muchas formas.

Por ejemplo, hablamos de un alto-nivel y un bajo-nivel de corrupción; la predominantemente política o la burocrática; la endémica, penetrante, la aislada o la menos frecuente.

 

La creación de una vacuna contra el COVID-19 puede generar nuevas oportunidades de corrupción.
La creación de una vacuna contra el COVID-19 puede generar nuevas oportunidades de corrupción.

 

También, dice Caiden, están las redes que se fortalecen y las aisladas, “las simples, directas y bilaterales con efectos contradictorios. La amplia, disruptiva y la pequeña, la trivial.

"El intercambio corrupto puede ser grande o pequeño, raro o frecuente, abierto o cerrado, entre iguales y desiguales; puede ser tangible o no tangible, durable o no durable, rutinario o extraordinario. Los canales pueden ser legítimos o no legítimos...

A pesar de la confusión, existen ciertas generalizaciones universales. Una de las que goza de un amplio acuerdo proviene del Banco Mundial y Transparencia Internacional, quienes la definieron como la acción de “abusar del poder encomendado, para obtener un beneficio propio”.

Traigo a cuento esta definición porque aplica muy bien a los tiempos que corren.

Arremeter contra la corrupción resulta tan necesario como la distribución de las vacunas, porque como dice António Guterres, secretario general de la ONU:

La respuesta al virus está creando nuevas oportunidades para explotar la supervisión débil y la transparencia inadecuada, desviando recursos que debían estar destinados a personas que se encuentran en su momento de mayor necesidad”.

La advertencia de Guterres no solo representa la máxima traición de un gobierno a la confianza pública, sino buena parte de algo que en lo individual nos degrada.

La acción corrupta, además de reflejar las desviaciones éticas de los gobernantes, encarna la renuncia, tácita y explícita, a los principios que componen nuestro universo moral.

Dados sus efectos sociales, tal renuncia, resulta ser la otra pandemia que nos aqueja y para la cual, lamentablemente, no existe vacuna.

 

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