Pablo Ayala | Opinión | Director de Formación Ética y Ciudadana
Acabar con la pobreza, decía Jefferey Sachs, no solo es posible, sino que “está en nuestras manos hacerlo”.
La agenda para erradicar dicho flagelo Sachs la propuso en su libro “El fin de la pobreza. Cómo conseguirlo en nuestro tiempo”.
Articulada en dos grandes estrategias: 1) garantizar el acceso a alimentos, servicios de salud básicos, agua potable y saneamiento; y, 2) orquestar una política de cooperación internacional para que los países más desaventajados alcancen los primeros peldaños de la escalera del desarrollo.
Solo era cuestión de que los países ricos aportaran el 0.7 de su PIB para hacer esto posible.
En aquel momento nadie vio tal desembolso descabellado, considerando los miles de millones de dólares destinados a la seguridad nacional, I+D, el fortalecimiento de mercados emergentes, la infraestructura y un largo etcétera.
Sin embargo, por poco que fuera ese 0.7 del PIB, la voluntad de los países ricos flaqueó, yéndosele de las manos al mundo una oportunidad dorada para poner fin a la infamia y vergüenza que representa la pobreza.
El replanteamiento de los Objetivos del Milenio por los de Desarrollo Sostenible, extendió la agenda de la Cumbre Mundial poniendo nuevamente sobre la mesa la posibilidad de dar “fin a la pobreza en todas sus formas” y vivir en un mundo sin hambre.
Desafortunadamente, la pandemia del COVID-19 retrasó significativamente el camino andado, aunque ello no significa que, una vez más, se nos escapará la posibilidad de, al menos, ponerle fin a la pobreza alimentaria. Me explico.
Desde 2016, el programa Hambre Cero Nuevo León ha venido desplegando una serie de esfuerzos entre empresas, organizaciones de la sociedad civil, universidades y gobierno, para activar un modelo dinámico que permita reducir la pérdida y desperdicio de alimentos, ofrecer orientación y promover la autosuficiencia alimentaria.
Al momento son muchos los frutos obtenidos, pero aún continuamos lejos de la meta, de ahí que nuestra participación solidaria en la campaña 2020 (¡que arranca justamente este día!), además de oportuna es, prácticamente, un deber de humanidad.
Porque bastaría con que las personas económicamente activas donaran 20 pesos al mes, es decir, el equivalente a un refresco, unas papas fritas o una paleta, para erradicar el hambre en Nuevo León.
Si desprenderse de 20 pesos no pone en riesgo su vida, ni la de su familia, y ello evita que alguien pase hambre, no dude en hacerlo, porque donar para esta causa es un deber de humanidad.
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